Ayer tarde decidí ir al cine, quería aprovechar mis últimas noches aquí para ver cine mexicano. Elegí una película apenas 40 minutos antes de que comenzara. Localicé la película en mi área, llamé a un taxi y… mi gozo en un pozo, la señorita amablemente me dijo que tardaría al menos 15 minutos en llegar, no podía esperar.
Me aventé a la calle y allí estaba, un taxi de sitio estacionado en la esquina de la casa. Pregunté si estaba libre y me trepé a él. A veces no presto demasiada atención a lo que me dicen, después de montarme rebobiné – rewind- y me di cuenta de que el taxista me había dicho que era un taxi de sitio y que si no me importaba.
La verdad es que no solo no importaba, más bien me alegraba. Este servicio es un poco más caro pero en teoría es más seguro. No podía ni quería buscar otro, así es que nos pusimos rumbo al cine. El trayecto apenas duró 7 u 8 minutos pero el joven taxista tuvo tiempo para ponerme al día de las penalidades que padece el sector y concretamente las suyas propias y las de sus compañeros de sitio, que no eran otras que el abuso del “líder” del sitio.
"Follow the lider, lider, lider...follow the lider, sígueme"
Comenzó a relatarme las insidias del “líder supremo” y me transportó unas décadas atrás, cuando apenas había llegado a vivir a este país. El jefe no era un taxista metido a gerente o propietario, era un “líder” en toda regla, afiliado y supercomprometido con el PRD (Partido de la Revolución Democrática) que gerenciaba varios sitios de taxis e impartía directrices a sus trabajadores obligándoles a ir a las marchas, manifestaciones, plantones y actos que este partido convocaba en el Distrito Federal, bajo pena de sanción. Dicha sanción se traducía en no darles trabajo en todo el día; no reportarles ninguna llamada por lo que los taxistas cogieran, perdón tomaran, a la gente en la calle y así su tarifa se tuviera que abaratar. Eso sí, los trabajadores del volante le pagaban la iguala semanal a él, trabajaran en el sitio o no.
Lo que realmente me arrancó un sonrisa fue enterarme que tenía dado de alta los negocios como asociación sin ánimo de lucro para no pagar sus impuestos. ¡Genial! ¿Se imaginan a un taxi que lleve a la gente por caridad? Si lo ven, párenle que yo me subo.
Los bestsellers en el sector del taxi
Tras dos lustros fuera de la ciudad me da la sensación que en muchos casos nada ha cambiado. El "líder" utilizaba la clásica y sutil técnica de convencer por la emoción, sin lugar a dudas, los trabajadores no se daban cuenta de que hacían cosas que no le apetecían… como coacher era perfecto.
Pese a todo, mi taxista estaba feliz y con muchas esperanzas porque por fin habían vencido el miedo y entre los compañeros habían decidido montar su propio negocio en versión cooperativa, pagando impuestos y todo. Se llamaban TUMA, el acrónimo de Taxistas Unidos Mariano Escobedo, pero el anagrama que habían elegido daba un poquito de repelús, el símbolo masónico del ojo de Horus, el ojo que todo lo ve - una pirámide truncada con un ojo encima- y el lema “somos los 300´s”, ambos parecían sacados del “Código Da Vinci”. Es sin duda un efecto secundario de la lectura de bestsellers. Me resultó cómico que eligieran este símbolo en su carrera por huir del “líder”. No todos tenemos la suerte de poder contratar a un gurú de la publicidad o a un "Pininfarina" para diseñar nuestra imagen corporativa, pero al menos ellos lo están intentado.
Por cierto la película fue buenísima, a la vuelta no encontraba transporte para regresar a casa. Me planteé volver caminando, la noche estaba deliciosa pero me atacó un sorprendente arrebato de prudencia y caminé hasta el sitio de los taxis. Esta vez me quedé sin historia.
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miércoles, 14 de mayo de 2008
Independencia a golpe de taxímetro
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