Otro día de "destierro vírico" en Ciudad de México. Hoy salí de casa entre las 12 de la mañana y la 13:45 de la tarde, una hora y tres cuartos. Para mi que soy paseante es como un castigo, parece que este país y en concreto esta ciudad estuviera viviendo una plaga bíblica. Buenos dos, porque el lunes tembló en la Ciudad, 5.6 un sismo nada despreciable. ¡Dios, es que no puedo estar en un sitio más de tres meses! ¡Estoy cansada de ruletear por este mundo!
A lo que vamos, retomo el título de esta entrada Tengo miedo de mi portero, "el Arcángel" (no es su nombre, pero tiene nombre de). Pero no solo al portero, a mis amigos, a la cajera del Superama, al funcionario de Migración y en general a todo el mundo. Lo más chistoso es que inspiro el mismo terror. Es lo que llamaré "pánico al aliento".
Nos saludamos pero no " de beso ni de mano" como dicen los consejos gubernamentales, hemos adoptado el saludo japonés, esa costumbre de bajar la cabeza. Una costumbre que a los latinos nos parece poco cariñosa pero bastante "antívirica" y que se está poniendo de moda.
Nos miramos a los ojos pidiendo perdón por tener la posibilidad de contagiar al otro y al mismo tiempo advertimos al otro de manera silente que no se acerque más de lo imprescindible.
Nos acordamos de cuando podíamos o podían comer en la esquina, rozarse sin querer al cruzar una calle, llevar los niños al colegio, los jueves sociales (salir de parranda con los de la oficina), ir a misa o simplemente montarse en un transporte público.
Nos sentamos por las tardes noches delante de la tele y en mi caso con el transistor en ristre para oir la rueda de prensa pertinente que dará el ministro (secretario) de turno. De pronto me he acordado de mi abuelo y de su "parte". Hoy se han presentado haciendo un dúo el ministro de Sanidad y el de "la" Sedesol (Desarrollo Social) dando las últimas cifras y las medidas que poco a poco se van tomando y que un periodista bastante talludito ha tachado de cuarentena paulatina.
Lo más triste es que ya corren por internet correos sobre si realmente esto es una "epidemia", que si el gobierno oculta otra cosa más gorda (cosa imposible, lo de que esto sea más gordo) y demás historias. La verdad es que como se dice aquí "me vale" lo que digan pero que no se quiten la maldita mascarilla, que no evita el contagio pero lo aminora, carajo.
Nos preguntamos cuando podremos volver al maravilloso mundo del Pilates, de la vueltecita por el parque, de hacer la compra sin miedo a los tomates, de ir al cine, de los desayunos pantagruélicos de fin de semana y sobre todo cuando recuperaremos el tener derecho a tener un maldito catarro o unas anginas sin que te criminalicen.
Nos lavamos la manos, una y otra vez. Tanto que no soy capaz de pasar las páginas de un libro, ya no tengo esa grasilla que favorece el hojeo y por tanto me atrevo a decir que la "influenza humana" es un atentado contra la lectura. Definitivamente, además de la imposibilidad física de avanzar sobre el texto, hay que ser un valiente para cruzarse el barrio o la colonia en busca de un librito. Amazon tiene un nicho de mercado bastante grande, si no fuera porque al mexicano leer lo que se dice leer no le va mucho.
Nos encomendamos a todos los santos y en especial a la Guadalupana para que nos salve de esta. De pronto hemos recuperado nuestra religiosidad pero desgraciadamente no podemos ir a los templos.
Pese a lo integrada que me siento dentro de esta desgracia, yo sigo trabajando en mi regreso a España. Los epidemiólogos dicen que debemos estar acantonados en la casa al menos 8 semanas, y para todo aquel que me conozca sabrá que me puede dar un yuyu. No me resisto a no ver a ningún ser humano, solo los ojos del Arcángel por encima de la mascarilla azul.
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