El exilio ha dado mucho al mundo de la cultura para desgracia de quienes lo han padecido y para alegría de quienes hemos disfrutado de esos frutos culturales.
En el caso que nos ocupa, el exilio está sacando lo mejor y lo peor de mi. Aún no he llegado a lo mejor pero tengo todavía algunos días por delante. Dentro de lo reprobable, he descubierto que tengo una ansiedad difícil de satisfacer en temas culinarios. El frigorífico ejerce sobre mí un poder al que no puedo resistirme, me atrae como una sirena a un viejo lobo de mar. Pero entre tisanas, kiwis y algún platanito voy sorteando estos cantos. Solo existe un problema y es que hace tiempo que me dí cuenta que tan solo la ingesta "desordenada" de donuts puede paliar ese azogue y para mi desgracia tengo un par encima de la mesa de la cocina.
En estos momentos ya me he zampado el primero de la pareja. Ahora vienen muy bien envasados, de manera individual, para que no se endurezcan y quiero imaginar que para evitar a las pecadoras como yo el engullir el segundo de manera apresurada, pero el huérfano no para de hacerme ojitos y hasta oigo que pronuncia mi nombre.
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