Lo confieso, he ido a un concierto de Fito y los Fitipaldis, curiosamente pensaba que no me sabía ninguna canción pero, para mi sorpresa y para la de Labraquet, me sabía más de una y de dos.
El directo que tienen es muy potente, limpio, nítido, muy profesional, nada que ver con los teloneros, "La cabra mecánica". De estos, salvo la canción que cantan con María Jiménez, una servidora no distinguió ningún estribillo. Además de por que no me las sabía porque el sonido era tan ratonero, tan a lo perroflauta que no se entendía nada de nada.
El concierto fue en la nave donde ponen en mi pueblo la feria de maquinaria agrícola, lo que ahora se llama recinto ferial de manera políticamente correcta. No deja de ser una nave industrial con todos los servicios, salvo el termostato, porque frío hacía un rato.
Todo esto para decir que me encantó, si obviamos lo de estar de pie tantas horas, los apretujones y el molesto humo de tabaco puro y aderezado que casi acaba conmigo. Lo sé, lo sé, los conciertos son así pero mis últimos conciertos no han coincidido exactamente con lo vivido. Supongo que somos hijos de nuestro tiempo y que Bach no se quitaría la peluca y la lanzaría al público y todo el rollo, digo yo. Pero, no sé, me cuesta imaginar que no hubiera ningún barroco cañero.
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