Y volví a pecar. Me confieso, tenía gula de Barroco. Me siento...como decirlo, me siento como Fernández de la Vega con su "gula de poder" pero en formato musical.
Ayer tuve la fortuna de escuchar los Conciertos de Brandenburgo y de leerme la información antes de que comenzaran a ejecutar cada uno de ellos. Me faltó poco para levitar pero como estaba en la penúltima fila del auditorio, no había espacio suficiente entre mi cabeza y el techo de la Sala Sinfónica.
A medida que iba transcurriendo la interpretación, iba calificando los conciertos y pensando cual de ellos me gustaba más y cuando acabó, no pude decidirme entre el número 2, el número 4 y el número 5.
Pero el que me arrancó esta entrada, sin lugar a dudas fue el número 4. En este concierto, dos de los ejecutantes tocaban sendas flautas de pico o lo que para mi desde la lejanía eran flautas de madera al estilo Honner, extras de tamaño. Sí, como las que tocábamos en la primaria pero en versión siglo XVIII y fue en este momento cuando pensé en los perroflautas que hay en este país y si Bach levantara la cabeza.
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