miércoles, 21 de octubre de 2009

Traficante de jamones

Unos amigos que viven en este lado del mundo, pero no en México, encargaron a Molcajete un jamoncito de bellota. No había problema ya que iba a ir directo desde España, pero ¡O tempora o mores! el día anterior todo cambió. Ya no iría en vuelo directo, visitaría un par de países antes, por lo que hacer una turné a lo "Paco Martínez Soria" por todo el continente no sería lo más apropiado. Debido a este cambio de última hora, una servidora fue conminada a trasladar el jamón consigo vía México.

Se puede introducir jamón con alguna restricción: que esté envasado al vacío y cuente con el correspondiente registro sanitario español en su etiqueta. De esta manera acredita que no es de matanza casera y cumple con la legislación vigente.

Hasta la fecha, no había tenido problemas porque siempre lo había pasado loncheado pero esta vez, salvo la pezuña, estaba completito. Y aquí empieza el follón, desconocía que al tener hueso rige otra legislación, bla, bla, bla. Esto me acarreó cerca de una hora y cuarto de peregrinaje por las instalaciones de la Sagarpa para rellenar un formulario que acreditara la propiedad de mi jamón y su identificación.

Pues bien, como el jamón iba de paso, es decir, que el puerto final de desembarco no iba a ser México, se quedó en el aeropuerto. Molcajete tiene unos días para recoger el violín de pata negra camino del extranjero en las instalaciones aeroportuarias.

El único problema es que hay que estar tres horas antes de que salga el avión y eso es mucho pedir para alguien que practicamente agarra el avión corriendo por la pista pero creo que el pata negra bien merece la pena.

Por mi parte, tuve que firmar lo que no está en los escritos y fui introducida en la base de datos de la Sagarpa. Solo faltó que me tiraran una foto de frente y de perfil con mi patita en la mano.
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