No es una versión de un libro de Murakami. Es la situación que he vivido en la oficina de Correos de mi pueblo esta tarde, cuando he ido a comprar unos sellos para unas cartas que voy a tener que enviar en las siguientes semanas.
Puesto que el tamaño no era estándar, el franqueo que necesitaban no era el habitual, era de 39 céntimos. Hasta aquí todo normal, la sorpresa ha sido cuando la funcionaria de correos que ha sido rebautizada como Kafka, me ha informado que me tendría que vender los sellos de 45 céntimos, porque no tenía de 39 céntimos y por supuesto, no había manera de hacer las combinaciones necesarias para llegar a la cifra exacta al más puro estilo Jordi Hurtado.
Y de pronto... sucedió. Se abrió ante mí un agujero espacio temporal y me vi en la oficina de correos de mi colonia en el DF, donde los colegas mexicanos de mi Kafka postal tenían estas ocurrencias. La verdad es que la versión íbera no me ha hecho tanta gracia. Tras recuperarme del shock, me he preguntado por la diferencia entre un estanco y Correos, y he llegado a la conclusión de que el estanco de mi pueblo da mejor servicio. Es más, estoy por proponer que el verano que viene cuando cierren por la tarde las oficinas de correos y tengamos que recibir notificaciones oficiales, como este año, las despachen desde los expendios de tabaco mientras compras un "luky", el Hola o el abono transporte.
Para no ser cruel, he de reconocer que Kafka ha tenido dos geniales ocurrencias para subsanar este pequeño contratiempo. Una, la invitación a poner una queja y la otra, llevar las cuatro cartas de un golpe, franquearlas en la oficina con ese maravilloso sello de tinta color azul Klein y dejarlas en ese mismo instante. Una solución muy eficaz pero que no cumplía con el principal objetivo de mi compra, que era la de poder diferir los envíos en el tiempo y desde cualquier buzón. Si es que solo se me ocurre a mí intentar comprar sellos en Correos.
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