Existen un montón de agujeros famosos, los agujeros negros; el agujero de la capa de ozono; los agujeros de los calcetines o tomates; los agujeros de seguridad del Pentágono por donde se cuelan todos los hacker menores de edad del mundo; los de la famosa sevillana que comienza por "de agujeritos, te voy a comprar unas bragas..."; los de las camisetas del Consorte, y los sublimes agujeros de los donus. ¡Va por estos últimos!
Me encantan los donus, mis favoritos son los de Panrico pero esos que antiguamente te vendían en la tienda de la esquina, los que estaban sin embolsar y te los daban con un trocito de papel. Cuando no fui capaz de encontrar estos desarrollé el gusto por los modelo fondant, no confundir con los de chocolate, nada que ver.
Durante un tiempo, intenté abandonar la práctica de este deporte. Pensé que la falta de suministros en esta parte del mundo me facilitaría el abandono pero descubrí las donas glaseadas de Krispy Kreme, el formato más básico que cuesta 14 pesos cada una (comienzo a salivar) y volví a entrenar.
Mi elección volvió a confirmar esa tendencia al clasicismo, ese gusto por el toreo de salón en relación a los donus. Y no pude, he de confesar, hincarle el diente a los agujeros de donus que venden en el súper de al lado de mi casa. Bien es cierto que tampoco me animé con el de los filipinos y es que me encanta morder el vacío, quedarme con el último bocado entre el dedo pulgar y el índice, chupar el azúcar que se queda en ellos mientras cierro los ojos y deseo comerme otro par.
No sé que me está pasando, ¿será que estoy perdiendo el coraje culinario que mi madre siempre me alabó? ¿Extrañaré a los Dupis? Los Dupis, ¿alquien de acuerda de ellos?
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