Hermosa, la verdad que Lima es hermosa. Se me fue de la cabeza que estaba en la costa y tan solo me di cuenta cuando una bofetada de aire cálido y marino me golpeó al salir al exterior del Aeropuerto del Callao. Estaba tan emocionada con Machu Picchu que olvidé la capital. Una ciudad grande, bastante bien planificada, muy pero que muy limpia y salvo el que está llena de taxis piratas, todo es perfecto.
Creo que es el paraíso de los enamorados del pescado, en versión cebiche, tiradito, asado, a las brasas, relleno, de cualquiera de las maneras. Aún lo pienso y comienzo a salivar.
El "Pisco Sour" es una de las formas de beber la bebida nacional. El pisco está delicioso pero acarrea bastantes efectos secundarios en alguien como yo. Es más, me dio soroche. Palabra esta que aprendí en mi viaje posterior a Cuzco.
Todas las ciudades tienen sus partes feas, peligrosas o degradadas, por supuesto esta ciudad también, pero me voy a quedar con las zonas que más me gustaron: la plaza de Armas (zócalo, o plaza mayor) que es realmente hermosa, el Olivar de San Isidro (al que dedicaremos una entrada propia por derecho), un pequeño museo que se llama Museo Larco, el Museo Pedro de Osma en el Distrito de Barranco y la vista de la ciudad desde la playa con su desnivel incluido.
Los limeños son gente muy correcta, educada y un tanto desconfiada, no es per se cariñosa en el sentido latinoamericano de la palabra, se acerca más al concepto europeo de cariño.
Me encanto, Lima es la ciudad de los homenajes culinarios y por supuesto que hizo justicia a ese título.
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