domingo, 7 de julio de 2013

Me han birlado mis zapas nuevas

Eran blanquitas, eran níveas, tenían el borde de color pistacho y eran súper blandas. ¡Qué digo! eran... tiernas, no me rozaban, ni malograban mis pies de ET. Eran de tejido, de esas que dejan que te transpire el pie y además, eran nuevas. Llevábamos una semana juntas, aún no nos conocíamos bien, razón por la que aún no les había puesto nombre. Y ahora, ya es tarde para eso, deben estar en el limbo de las zapatillas de deporte sin nombre o quizás peor en el maletero de la mujer que me las sustrajo del gimnasio a más de 40ºC.

Ni si quiera me cabreó, me hizo hasta gracia (quizás porque no estaban dentro las plantillas ortopédicas) porque en el fondo me lo esperaba. Fue el único día que no las había guardado en la taquilla mientras hacia otra actividad, pero es que no había casi nadie. ¿Quién iba a imaginar que esto sucediera en el gimnasio mejor puesto y con las mejores instalaciones del Santo Reino? Abrigaba la ingenua esperanza de que la gente fuera decente, pero me equivoqué. Este viernes solo fue una versión de Soto del Real, un establecimiento imponente con gente con mucho glamour pero muy choriza.

El coraje no es porque me hayan quitado mis zapatillas nuevas, es que quien me las ha quitado es una compañera del gimnasio. Con toda seguridad conozca hasta mis marcas de nacimiento. Quiero pensar que es del club de la no recatadas porque sería un mal chiste que fuera del club de la vergüenza, porque si algo debe dar vergüenza en esta vida, es ROBAR.

Me sentí mucho mejor cuando unos compañeros estupendos me invitaron a una cerveza a la salida y me contaron que a un monitor de spinning le robaron el maillot sudado. Llegamos a la conclusión de que eso fue un acto de fetichismo y lo mío, quiero pensar que de necesidad, ja, ja ,ja, ja.
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