Ataqué con furia visigoda el último pedazo de Roscón de Reyes que me había tocado en el reparto de viandas de la susodicha y mágica noche. Tenía la esperanza de que algo diferente me pasara, algo como que el roscón no tuviera sorpresa y estuve a punto de conseguirlo. Mi deseo se truncó, porque en el últimísimo bocado que iba a meterme en la boca con su ración generosa de nata, apareció el monigote. Allí estaba, un terrible muñequito de cerámica semipintado a mano que semejaba un payaso, al estilo del cartel de la última película de Alex de la Iglesia.
Decidí ahorrarme ver el regalito rodando por la cocina todo el año. Lo tenía claro, me desharía de él, de la manera más limpia y rápida, lo arrojaría al cubo del reciclaje. No pude soportar que esta obra de arte que podríamos catalogar entre mis logros de las clases de pretecnología de las monjas y un artículo de un todo a cien, me hubiese arruinado la entrada que iba a titular "El pastelero que me esquivó".
¡Cómo echo de menos al David Niven de la crema pastelera! Con su sutil bigotillo y su chaquetilla blanca tras el mostrador de Marfil... eso si era glamour.
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domingo, 9 de enero de 2011
El último bocado
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