Nunca se me han dado bien los vídeojuegos, supongo que la incapacidad que tengo para terminar una partida con éxito estará diagnosticado y tendrá un nombre científico. No soy carne de cañón ni para la Wii, la PSP, la Nintendo o cualquier otra que vaya a salir. He de confesar que los juegos que más me gustan son el buscaminas y por supuesto el solitario, soy bastante previsible.
Lo que siempre me ha puesto de los nervios es el Tetris. Por alguna extraña razón y por falta de horas delante de la maquinita, no conseguí pasar ninguna pantalla. Cuando me confiaba, las piezas empezaban a colocarse descontroladamente y en cuestión de segundos llegaba al tope y se acabó, adiós a mis cinco duros y a mis sueños de convertirme en Lady Tetris e inscribir mis iniciales para la posteridad. Pues bien, con el paso de los años he superado esta fobia pero me he dado cuenta de que tengo un Tetris en mi propia cocina, los trastos de mi fregadero.
Mi maravillosa loza se erige como hermosos tetriminos, con un equilibrio imposible de mantener en dirección al armario que hay justo encima. No hace falta que nadie me diga nada, lo que tengo que hacer es agarrar el Scotch Brite (tiene más glamour en inglés) y echarme esa partida, pero no sé porqué aparecer como Lady Mistol no me seduce de la misma manera.
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lunes, 31 de enero de 2011
Un tetris en mi cocina
domingo, 23 de enero de 2011
Puticlubes y ovnis
Hasta hace unos años que Ágata Ruíz de la Prada tuvo el atrevimiento de combinar el color rosa y el color rojo, este era un tándem poco visible. En la actualidad y más precisamente en la nocturnidad, son los dos colores que sobresalen por encima de olivos, vallas ciclónicas, naves industriales, fábricas de galletas, filas de adosados que mordisquean unos pinares maravillosos y todos los demás "bultos" que puedes intuir al pie de la carretera.
Y todo porqué, porque las casas de lenocinio, que la RAE define como "casa de mujeres públicas" (me encanta esta definición), de las provincias de Palencia, Valladolid... (son las que descubrí anoche) lo tienen como reclamo para los ardientes y adustos caballeros y para todas las naves espaciales que sobrevuelen dicho espacio aéreo, que hay que decirlo.
Si el Hombre de Roswell decidiera volver a darse un garbeo, estoy segura que lo haría sobre la A-67. ¿Quién quiere estrellarse en Nuevo México otra vez?
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domingo, 9 de enero de 2011
El último bocado
Ataqué con furia visigoda el último pedazo de Roscón de Reyes que me había tocado en el reparto de viandas de la susodicha y mágica noche. Tenía la esperanza de que algo diferente me pasara, algo como que el roscón no tuviera sorpresa y estuve a punto de conseguirlo. Mi deseo se truncó, porque en el últimísimo bocado que iba a meterme en la boca con su ración generosa de nata, apareció el monigote. Allí estaba, un terrible muñequito de cerámica semipintado a mano que semejaba un payaso, al estilo del cartel de la última película de Alex de la Iglesia.
Decidí ahorrarme ver el regalito rodando por la cocina todo el año. Lo tenía claro, me desharía de él, de la manera más limpia y rápida, lo arrojaría al cubo del reciclaje. No pude soportar que esta obra de arte que podríamos catalogar entre mis logros de las clases de pretecnología de las monjas y un artículo de un todo a cien, me hubiese arruinado la entrada que iba a titular "El pastelero que me esquivó".
¡Cómo echo de menos al David Niven de la crema pastelera! Con su sutil bigotillo y su chaquetilla blanca tras el mostrador de Marfil... eso si era glamour.
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