Es la última película de Woody Allen y por cierto, es bien flojita. Pese a todo, Londres aparece hermosa. Pues a lo que íbamos, a mí conocer al hombre de mi vida, así en frío, no es que me sedujera demasiado pero conocer al macizo de mi instituto era otro cantar.
Por azares del destino, mi amiga Lamadrileña le conoció hace años en un evento de trabajo, lejos del terruño que nos vio nacer a los dos bachilleres. No prestamos demasiada atención a esta coincidencia hasta hace unos días, que nos hizo mucha gracia la situación de juntarnos los tres. Tras algunas charlas y risas sobre la imagen que ella tenía y la que yo tenía del efebo, decidimos acabar esta partida del juego de los seis grados de separación a lo Kevin Bacon.
Hay que decir que el inicio de este juego me llevo a vivir a México a mediados de los noventa, para de esta manera conocer a Lamadrileña (lo cual demuestra que fácil, lo que se dice fácil no fue) pero tuve mi cita con la historia, mi highschool revival tras 24 años de espera inconsciente.
El momento irrepetible de coincidir en espacio y tiempo tuvo lugar entre saborear boquerones en vinagre, es lo que tiene no temer al anisakis, emular a la difunta reina madre de Inglaterra en su afición vespertina y disfrutar de los compases de una banda de jazz integrada por unos músicos con pinta de funcionarios jubilados. La idea que todos tenemos de una tarde divertida.
De vuelta a casa, eché el cálculo de los años de espera y exactamente me salieron 24. Alguno más de los que yo pensaba y he de confesar que me dio un ataque de risa porque si me hubiese esperado tan solo tres meses hubiese cumplido las bodas de plata, me cachis.
Para los próximos 25 espero que no falten las anchoas, un sabroso tequila y los conciertos de Brandenburgo, por supuesto cuento con la presencia de un auxiliar de enfermería.
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jueves, 23 de septiembre de 2010
Conocerás al hombre de tu vida
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