jueves, 17 de junio de 2010

Curro Jiménez en el tren

Cada día comparto viaje en el tren con cientos de personas, unos que subimos y otros que bajan y hay de todo, como en botica. Ayer fue un día especial, coincidí con un especimen que pensé que estaba en extinción y he de confesar que me sorprendió. Era un joven de unos veintitantos años, sin ningún rasgo distinguible salvo su amor por la letra mayúscula inglesa (de difícil legibilidad) que eligió para tatuarse un nombre propio de caballero en su antebrazo.

En un momento del viaje y aburrido de contemplar el paisaje decidió entretenerse. Normalmente los viajeros leemos, dormimos o hablamos por teléfono pero él decidió dedicarse a la manicura. Ya había tenido que aguantar que un trajeado caballero sacara un cortauñas y se pusiera al recorte pero no, lejos de usar un cortauñas, el joven sacó una navaja y se dedicó a limpiarse las uñas.
De la navaja que decir, que era estilizada, estrechita y larga, con las cachas nacaradas en color rojo, imposible apartar la mirada de ella. En ese momento y ante la maestría que desplegaba en el manejo de la misma, comencé a pensar en el uso no manicurista que el susodicho podría dispensar al instrumento en cuestión y me dieron escalofríos. Solo deseé que se bajara en la siguiente parada pero creo que no era la única, los compañeros de asiento de este Curro Jiménez tenían cara de desearlo más que yo.