lunes, 20 de julio de 2009

Mi bisabuela, el cura y la luna

En 1969 mi bisabuela materna tenía 87 años. Era lo que se llama una dama venerable de moño plateado, de comunión y Pepsi Cola diaria y con una cabeza prodigiosa.

A través de la televisión Fercu que había en el salón de casa de su hija, contempló todo el espectáculo lunar y comenzó a operarse en ella un gran desasosiego. Mi madre recuerda como pasó el resto de la noche intranquila y aún por la mañana apenas probó su cafetito con leche antes de ir a su cita diaria de misa de 10, y como enfundada en su abrigito de verano y con su distinguido metro cuarenta de estatura, la abuela Cele descendió con sumo cuidado los cuatro pisos que le separaban de la calle y se marchó cabizbaja en dirección a su parroquia.

A su vuelta, sigue recordando mi madre, parecía rejuvenecida, había encontrado esa paz que le faltaba desde primeras horas de la tarde del día anterior. Se había confesado y había hallado consuelo pero ¿cuál debía ser el pecado de esta abuelita que acostumbraba a pasar la tarde oyendo la radio y quitando hilvanes? No creerse que el hombre había llegado a la luna.

Con esa edad había vivido la boda con intento de asesinato de Alfonso XII (cosa que siempre recordaba), la guerra civil y el alumbramiento de sus 9 hijos, la muerte de su marido y de varios de sus vástagos, y posteriormente viviría el nacimiento de su bisnieta, una servidora, pero no estaba preparada para el "gran paso para la humanidad" que se produciría ese día 20 de julio.
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