Claro está que no puede ser como animal de compañía, ya que lo compré "cadáver" en la pescadería. Hacía tiempo que no me encontraba tan animada con una adquisición, supongo que es debido a que mi vida de compradora no está para muchas alegrías últimamente y cualquier cosita desborda mi ego de "shopper".
Apenas lo tuve entre mis manitas, seguí los consejos de mi gurú en cefalópodos, Adela (es un nombre supuesto, faltaría más), de meterlo en el congelador para evitar que a la hora de hervirlo se quedase duro. Inmediatamente me puse en contacto con toda mi familia para comunicar esta nueva adquisíción, recibí consejos de todo tipo desde "apalear" al animal hasta meterlo en la lavadora y centrifugar con el dentro. Sin vacilar me incliné por la solución de la experta, congelarlo. Supongo que temía que los amigos de "la Bardot" se enterasen de estas prácticas y saliéramos en los papeles.
Ahora, tengo un "frozen octopus". Suena como a película de Bond y aporta a mi vida un toque de glamour que los dos kilos de boquerones, que también compré, no han sabido darme.
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