No se puede decir que pecar sea barato, pero bien lo vale: 30€ por dos hamburguesas maravillosas de Carlos Maldonado.
Un consejo para aquellos que les desagrade el sabor a carne: practicad el ayuno.
Yo, confieso que soy una pecadora.
si no es molestia
No se puede decir que pecar sea barato, pero bien lo vale: 30€ por dos hamburguesas maravillosas de Carlos Maldonado.
Un consejo para aquellos que les desagrade el sabor a carne: practicad el ayuno.
Yo, confieso que soy una pecadora.
Este piso está destinado a todos aquellos con cierto espíritu bíblico a lo “derrota a Goliat”, personajes de novelas de Miguel Delibes, íberos en día de caza, pero no veo a ningún estudiante tentado por una "microhonda".
Estas Navidades de 2021 se ha cumplido uno de los sueños no manifestados de mi Santa: la obtención por parte de su retoña de algún trofeo deportivo.
Se ha hecho esperar casi medio siglo, pero por fin ha podido lucir este preciado reconocimiento encima de la chimenea de su salón. Una copa que me acredita, no como uno de los mosqueteros (ya me gustaría) sino como la Campeona del Torneo de Navidad de una bella población serrana. Lo malo es que con las restricciones de aforo hemos tenido que dejar para julio o agosto el que los interesados desfilaran por casa para contemplar dicha belleza.
Fui "la tapada" de la competición, nadie apostaba por mí y es que, siendo honestos, es imposible ponerle nombre a lo que hice porque remonté desde el quinto puesto (solo éramos cinco, caray) en la ronda de clasificación a hacerme con la hermosa copa que se puede verse en la foto que ilustra la entrada.
En palabras del Maestro, el triunfo no se debió ni a la velocidad ni a mi técnica o carencia de ella (ese es mi caso); fue el resultado de no perder la cabeza y de saber leer a las oponentes. Durante los asaltos me sentí extrañamente en paz y opté inconscientemente por utilizar el mismo movimiento (al parecer una torpeza por mi parte pero efectiva).
En fin, que esto va a ser insuperable por lo que ya me puedo olvidar de los circuitos municipales de la esgrima. De ser así, me retiraría como la campeona invicta de Navidad y… es bastante tentador.
Después de la “ensaladera” de la Copa Davis, mi copa podría ser el trofeo más bonito y más deseado. Ahí lo dejo.
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Hace ya varias semanas, me compré un calendario de Adviento. Desde entonces, cada vez que abro el frigorífico he elevado una plegaria para que llegase pronto el 1 de diciembre y hoy ha llegado.
He despegado las dos partes que forman mi calendario que vienen unidas por un adhesivo, he visto las 24 ventanas que lo componen y he deseado que el producto estuviera hecho en la provincia de Ciudad Real, en la de Zamora o en Navarra de donde son mis D.O. favoritas, pero no ha habido suerte, era una vitualla “made in UK”.
La nacionalidad del almanaque quesero era sobradamente conocida, pero aún sigo creyendo en los milagros y en la magia de Navidad. Una no pierde la esperanza de encontrarse una cuñita de queso manchego curado en el lugar de la mini pieza de cheedar ahumado de 20 gr. que había tras el ventanuco número 1.
Estaba rico, pero le queda para estar delicioso
Esta semana me he acercado a El Prado a echar un vistazo a las exposiciones temporales. Una de ellas es la llamada “Leonardo y la copia de Mona Lisa. Nuevos planteamientos sobre la práctica del taller vinciano”.
Esta pequeña, curiosa y evocadora muestra me ha recordado un sobre de papel negro que tengo metido en un cajón desde hace unos años.
Gracias a la reflectología infrarroja, un método de investigación que permite visualizar las capas de pintura bajo la superficie, los estudiosos del arte nos desvelan la forma en la que se trabajaba en el taller de Da Vinci. No es magia potagia, es simplemente la aplicación de la tecnología.
Junto a la “Mona Lisa madrileña” se exponen unos paneles explicativos que muestran como el discípulo, que pintó este cuadro, incluía cambios y/o correcciones al mismo tiempo que lo hacia el Maestro durante los primeros estadios de la ejecución del trabajo. Hay que recordar que Leonardo cargó con “La Gioconda” en sus diversas mudanzas y continuó durante años dando pinceladas.
Fue llegar a casa, buscar el sobre y sentirme como ese anónimo discípulo de Da Vinci. En mi caso, nada de trabajar de manera simultánea con el artista, soy más de diferido. Han pasado 114 años desde que Isaac Israels terminó de pintar “Donkey riders on the beach", 1890-1901. Empleó 11 años en darle el toque final. Yo, por mi parte, tardé cerca de 20 minutos en versionar de la manera más fiel este maravilloso cuadro.
Recuerdo el rato que pasamos Niperry y servidora sentaditos como buenos niños holandeses dentro del aula de actividades del Rij Museum. No eramos conscientes que estábamos haciendo historia.
Lo sé, lo sé, es difícil distinguir el original de la copia. Tan solo la mentada reflectología sería capaz de mostrar las diferencias entre la pincelada de Israels y la mía.
Solo me queda cruzar los dedos y esperar que la crítica me valore como me merezco.
Por lo que tengo que suponer que ayer no fue el Día de Acción de Gracias. Todo esto me lleva a la conclusión de que me comí el pavo para cenar cuando no tocaba.
Me explico: por ese afán mío de dar un toque de alegría a mis días, desde hace años en esta casa se celebra la “Thanks Giving Dinner”. Nuestras gracias suelen ir dirigidas a la vida en general y a los que nos rodean, lo del “Mayflower” nos queda un pelín retirado. La primera vez que nos lanzamos cual “peregrinos” fue con pavo asado, pastel de calabaza con confitura de arándanos y bla, bla, bla. Los años siguientes han sido los mismos alimentos en sus diversos formatos: empanada, sándwich, pastel…
Este año decidí, sin mirar el calendario y sin contar el cuarto jueves del mes de noviembres que era ayer y, por supuesto, me equivoqué, por lo que hoy no es “black friday”. Menos mal que no tenía pensado comprar nada de nada y eso que “estoy a falta” de una máquina de coser que cosa (la mía está en las manos de Niperry para ver si tiene solución).
Así pues, equivocados como estábamos pero hambrientos, Niperri y Servidora procedimos a comernos un delicioso bocata en pan de cristal ligeramente tostado, untado con una fina capa de mermelada de calabaza y alioli, y relleno de lacón de pavo, una mezcla de ensalada verde, tomate natural y queso de cabra añejo. Cerramos nuestra celebración con un yogur griego con tarta de arándanos.
Sobra decir que nos damos por celebrados.