"Pásate al vapor" es el eslogan de la última octavilla de publicidad que me han dejado en el parabrisas de Leo, es de una marca de cigarrillos electrónicos. Si hace un par de años los establecimientos de compra de oro se pusieron de moda, ahora es todo este rollo del pitillo recargable . El Santo Reino se ha visto invadido por esta plaga y lo más divertido es que los señores lucen colgado del pescuezo el susodicho aparatito. Me recuerda a esa época, fácil hace más de 10 años, donde los modernos llevaban ese santo laico que era la memoria USB sobre el pecho sustituyendo al Cristo de Dalí. ¡O tempora o mores!
Las prohibiciones de uso en establecimientos públicos no se han hecho esperar y dentro de poco las tiendas que venden vapor se dedicarán a la nueva modernidad que nos de por adoptar. Pero no todo es modernidad, el Santo Reino continua volviendo la vista atrás y reviviendo sus tradiciones analógicas, ¡gracias a Dios!. Y esta que voy a contar no tiene nada que ver con el vapor, pero si con el humo, "las lumbres de San Antón".
Como es sabido, San Antón se celebra el 17 de enero y es según el refranero popular el último día de Pascua. Aquí es un día laborable pero la víspera es muy festiva. La ciudad se echa a la calle, primero a correr "la San Antón" una carrera nocturna con un circuito urbano de 10 kms. Mientras, la Capital se ilumina y se llena de humo, no para conjurar a la peste (que hubo un tiempo en el que se utilizó el remedio) si no para celebrar.
Los barrios prenden sus lumbres en honor al santo y con la excusa, los vecinos se reúnan a su alrededor a pasar un rato juntos. La investigación y la tradición cuenta que en este día se hacían rosetas de palomitas, se asaban calabazas en las mismas lumbres y se repartía mistela. Los allí reunidos se cantaban sus coplillas, llamadas melechones, donde a modo de sátira se criticaba la situación social, vecinal o política. Mi experiencia en este día es que las rosetas se han sustituido por bolsas de palomitas industriales, y la mistela por sangría y vino moscatel. Los gustos cambian pero me temo que la cara de los niños al ver el espectáculo del fuego debía ser la misma desde hace un par de siglos. Lástima que no escuché ningún melenchón, es más en la lumbre de mi barrio había instalado un equipo de sonido atronador, pero no descarto que a altas horas de la madrugada se arrancaran con la guitarra, mis vecinos son bastante animados para este tema. Un poco más tarde, los veinteañeros acudían a la lumbre con los aparejos típicos del botellón. Seguramente sea el botellón más calentito del año.
Y como las costumbres están hechas al parecer para que el ayuntamiento las cambie, pues este decidió que por la previsión de lluvia se retrasara un día, cosa que enfureció a los puristas de las lumbres que después de la carrera tuvieron que esperar 24 horas para prender sus ramones en mitad de las plazas de la ciudad.
Esta festividad no solo se celebra en la capital, en distintos pueblos de los alrededores tiene mucha tradición, así como en la explotaciones olivareras. No en vano, era una fiesta que se celebraba además para romper la monotonía de la recogida de aceituna. Una temporada que comienza por el Día de la Inmaculada y que acabará en un mes aproximadamente. La leña de estas lumbres no es otra que los ramones de los olivos y al estar más verde de lo que debieran, desprenden una gran cantidad de humo.
Si no te conformas con lo que han visto mis ojos, que espero que no, te recomiendo leer el artículo La lumbres de San Antón en Jaén: hibridación cultural y contexto urbano de José Luis Anta Félez, profesor de la Universidad de Jaén.
Como es sabido, San Antón se celebra el 17 de enero y es según el refranero popular el último día de Pascua. Aquí es un día laborable pero la víspera es muy festiva. La ciudad se echa a la calle, primero a correr "la San Antón" una carrera nocturna con un circuito urbano de 10 kms. Mientras, la Capital se ilumina y se llena de humo, no para conjurar a la peste (que hubo un tiempo en el que se utilizó el remedio) si no para celebrar.
Los barrios prenden sus lumbres en honor al santo y con la excusa, los vecinos se reúnan a su alrededor a pasar un rato juntos. La investigación y la tradición cuenta que en este día se hacían rosetas de palomitas, se asaban calabazas en las mismas lumbres y se repartía mistela. Los allí reunidos se cantaban sus coplillas, llamadas melechones, donde a modo de sátira se criticaba la situación social, vecinal o política. Mi experiencia en este día es que las rosetas se han sustituido por bolsas de palomitas industriales, y la mistela por sangría y vino moscatel. Los gustos cambian pero me temo que la cara de los niños al ver el espectáculo del fuego debía ser la misma desde hace un par de siglos. Lástima que no escuché ningún melenchón, es más en la lumbre de mi barrio había instalado un equipo de sonido atronador, pero no descarto que a altas horas de la madrugada se arrancaran con la guitarra, mis vecinos son bastante animados para este tema. Un poco más tarde, los veinteañeros acudían a la lumbre con los aparejos típicos del botellón. Seguramente sea el botellón más calentito del año.
Y como las costumbres están hechas al parecer para que el ayuntamiento las cambie, pues este decidió que por la previsión de lluvia se retrasara un día, cosa que enfureció a los puristas de las lumbres que después de la carrera tuvieron que esperar 24 horas para prender sus ramones en mitad de las plazas de la ciudad.
Esta festividad no solo se celebra en la capital, en distintos pueblos de los alrededores tiene mucha tradición, así como en la explotaciones olivareras. No en vano, era una fiesta que se celebraba además para romper la monotonía de la recogida de aceituna. Una temporada que comienza por el Día de la Inmaculada y que acabará en un mes aproximadamente. La leña de estas lumbres no es otra que los ramones de los olivos y al estar más verde de lo que debieran, desprenden una gran cantidad de humo.
Si no te conformas con lo que han visto mis ojos, que espero que no, te recomiendo leer el artículo La lumbres de San Antón en Jaén: hibridación cultural y contexto urbano de José Luis Anta Félez, profesor de la Universidad de Jaén.