Cuatro años, he esperado cuatro años para escribir esta entrada y por fin se ha cumplido.
Todo tiene su tiempo y por fin volví a casa. Estuve con los míos, amé, reí, lloré, recé, devoré, canté, hice pulseras, tomé la lección, visité a "La Guadalupana", agradecí a mi San Juditas la vida que he llevado este tiempo, besé a los amigos, comí pastel de elote, maldije a Iberia, desayuné en "La Parroquia", aprendí mucho y sobre todo me sentí tan querida, tan querida que solo por eso mereció la pena volver.
He de reconocer que el no cruzar el Atlántico en este tiempo me había desentrenado bastante a la hora de hacer las maletas y más ahora, que la maravillosa aerolínea te cobra la segunda maleta, pero ya está aprendido. Lo segundo que aprendí antes de llegar es que nunca hay que pedir comida vegetariana en el avión, porque como decirlo... desayunar una ensalada de lechuga, maíz y pimiento crudo pues como que vegetariano es, pero sabroso, lo que se dice sabroso no es, también aprendido. Y lo tercero detectado es que me sigue poniendo nerviosa el tráfico de quesos manchegos. Por lo demás, me faltó tirarme al suelo en el aeropuerto del DF y besar el suelo, estuve en un tris de hacerlo pero las rodillas después de 12 horas sentada no me respondían lo esperado, creo que estoy "madurando".
Más cositas mexicas en próximas entradas.
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