Fui invitada cordialmente a ver la nueva peli de la saga de Crepúsculo, Luna Nueva.
Era una tarde de esas cursis que se dice "solo para chicas" y yo ya me imaginaba como adolescente esperando para ver a los Jonas, pero mi amiga Labraquet no me dejó emitir ningún comentario en voz alta, gritar eso de "macizo, quítate la camiseta" y frases alusivas a los abdominales del licántropo adolescente. Eso sí, cumplió con su parte del acuerdo y me trajo la merienda, mis sandwiches de Rodilla con mi favorito entre ellos, queso con tomate.
Ni que decir que la película es tan contenida, tan silenciosa que al meter la mano en la bolsa en busca de mi merendilla, los pocos espectadores que había en el cine me miraban con impaciencia por no decir con furia visigoda. La verdad, es que me trajo a la memoria una tarde de miércoles de 1994, cuando las chicas que compartíamos casa fuimos a ver Leyendas de pasión con bocatas de tortilla francesa en ristre, pero esa vez lo que provocamos fueron los jugos gástricos de nuestros compañeros de cine. Desde entonces, Brad Pitt me abre el apetito.
Pues bien, la proyección se convirtió en un alegato a la castidad y las relaciones meramente platónicas entre un hombre lobo, un vampiro y una niña normal. Bueno, normal normal no puede ser una chiquilla que se siente atraída por estos dos churumbeles y que se larga tres días a Italia sin avisarle a su padre, que por cierto es el sheriff del pueblo y que si se quitara el bigote aparentaría la misma edad que la jovencita. Realmente es un soberano coñazo que tiene toda la pinta de estar financiada por algún lobby religioso cristiano de EEUU.
Ardo en deseos de ver la que será la tercera parte de la saga, espero que esta vez Labraquet me deje dar rienda suelta a la adolescente que llevo dentro.