lunes, 12 de septiembre de 2011

Fui a una escuela de señoritas y sobreviví


Hace unos días recibí una invitación para la reunión de antiguas alumnas de mi escuela primaria o lo que se llamaba en ese entonces "la EGB". Entre la convocatoria y la reunión solo mediaron dos llamadas. En la primera, se me informó del día y en la segunda, se me comunicó el lugar y la hora.

Me encontraba entregada al estudio de la literatura profesional y no puse ninguna objeción, ni formulé la típica pregunta de “¿quienes vamos?”. El lugar de la convocatoria era un elegante restaurante de la ciudad y eso me bastó para darme cuenta de que no habría polideportivos decorados a lo High School Musical, ni power points ochenteros de por medio y por supuesto no se rezaría el rosario, ni nada parecido. Mi única religión en la cena habría de ser una dedicación casi mística a la botella de Syrah que me colocarían delante.


En la entrada del restaurante constaté que el tiempo había sido un juez ecuánime, había igualado a todas, todas eran rubias pero perfectamente reconocibles.

Una vez dentro, advirtí que la mesa  estaba montada para 15 comensales, "bonito número" y en eso estaba cuando una de las organizadoras, la Rubia Auténtica sacó una foto de fin de curso y la cena se convirtió en un completo rewind de nuestra infancia. Antes se era niño hasta los 14 años ¡Qué suerte para nuestros padres! Ese testimonio gráfico sirvió para confirmar lo que todo el mundo sabe y es el mal que hicieron los Duran Duran a la moda capilar y que las mujeres mejoran con la edad ¡vaya si mejoran!


La noche comenzó con un repaso de las ausentes y continuó con esos memorables momentos en los que se abría el concurso de atinarle con un chicle a la foto del fundador en la frente; los saltos olímpicos que se hacían en los rosarios y que se veían reducidos a escasamente tres ave marías; los castigos a limpiar el patio los fines de semana o la obsesión de las monjas por no dejarnos comer el bocadillo a la hora del recreo porque se llenaba de papeles el patio. Total, solo había que soportar de 9 de la mañana a la 13:15 de la tarde sin ingerir alimentos. Fuimos repasando uno a uno todos los recuerdos hasta llegar al tema de la prohibición de no hacer uso del baño fuera del horario del recreo, es decir una vez al día y por supuesto el no uso de la fuente del patio. Nadie recordaba el motivo de que no se accionara pero seguramente sería para no mojar el suelo, quien sabe o ese cartel que decía “prohibido correr en el gimnasio” o el pasarte toda la jornada disfrazada de pastorcilla sujetando con una mano la pandereta y con la otra, un árbol del decorado del belén viviente.


Nuestra escuela de señoritas no nos preparó para coser, cocinar o ser unas perfectas mujercitas. Sin ellas saberlo, estaban educando a una panda de McGyvers preparadas para enfrentarnos a una situación de escasez alimenticia, a unas disidentes políticas sin temor, dispuestas a vivir bajo un unas normas estrictas y por supuesto sin dejar de cuestionarlas y a un pelotón de marines donde los tuyos son lo primero, eso sí con unas mechas monísimas. ¡Me muero de la risa!
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