Acabar un
concierto de música "culta" con la mano en alto, haciendo la señal de los cuernos, al tiempo que se
canta Highway to hell de AC/DC tiene un
efecto sanador.
Vamos, que se le queda a una el cuerpo bastante relajado. Si la pieza está interpretada por una guitarra acústica, una viola de gamba y un tenor pues ya es un desmelene total.
Vamos, que se le queda a una el cuerpo bastante relajado. Si la pieza está interpretada por una guitarra acústica, una viola de gamba y un tenor pues ya es un desmelene total.
Hace unos
días, fui testigo de la interpretación a palo seco del espectáculo “Barrockeros”. Un híbrido entre música del barroco y música rock. Fue a palo seco porque no
utilizaron ni el decorado ni el vestuario que usaron los intérpretes para su presentación en Las Naves del Matadero de Madrid el noviembre pasado. El
discurso que hilaba la historia se perdió pero la música, además de sublime,
fue bailable.
Cuando José
Manuel Zapata, el tenor, interpretó una bella tonada de The Cure con un
pito de caña a lo chirigota en la boca, fue la locura. El “Ne me quitte pas” de
Jacques Brel mordiendo un chusco de pan fue hilarante.
Y los músicos, el
prodigioso Juan Francisco Padilla y Rubén Rubio, además de melenudos estuvieron
genial. Los vi el año pasado con Ara Malikian pero en esta obra tuvieron que
cantar y hasta bonita voz y entonada tienen.
No soy muy
objetiva porque en ese desgranar canciones de sendos mundos musicales,
interpretaron a cuatro manos y una sola guitarra una pieza de Couperin, que simplemente nos dejó sin aliento. Un lujo para una espectadora como yo que no tiene ninguna aptitud musical, salvo el de tararear la canción de cierre y además mal.