El verano es esa estación tórrida que antecede a la estación más maravillosa del año, el otoño. Pero ya que hay que vacacionar por orden del patrón en estas fechas, pues una dedica el tiempo a alguna de las pocas actividades físicas que puede hacer cuando se vive en una zona calentita de la Península, de esas que no tienen playa. Estoy hablando de darle a la cerveza y a leer frente al ventilador. Confieso que me he dedicado a las dos con la misma fruición.
Este verano me recetaron una serie de libros para trabajar sobre el mecanismo de la intriga en la literatura. Vale, está bien, además de la cerveza y la lectura no pude contenerme y me apunté a un cursito de dos semanas sobre el mecanismo de la intriga en las novelas pero era suave y ligero, nada sesudo y para deleite de una vacacionista. Lógicamente, me tuve que echar unos pares de libros sobre los que trabajar y una va y lo hace con gusto pero una vez acabado el curso, cayó en mis manos "La verdad sobre el caso de Harry Quebert" y este me lo chuté por deporte. Cuanto menos es un libro divertido, sorprendente y "enganchón". Lo disfruté muchísimo después del curso porque el libro es un claro ejemplo de todo lo que me habían contado. Me duró tres noches por eso de que una se va cuatro días de casa y hay que salir a conocer y por supuesto solo deseaba hacer de spoiler y contar el final a todo el mundo. Sí, me contuve.
Ahora que he vuelto a la rutina del gimnasio, maldigo el porqué no me quedé leyendo en lugar de salir al encuentro de una cerveza tras otra. Supongo que la ola de calor fue la responsable de convertir mi grácil perfil griego en romano en tan solo unos días. En mi descargo diré que aproveché la coyuntura para acercarme a Mérida ya que llevaba la panza y la estola puesta, cual matrona para asistir a la comedia "Los gemelos" de Plauto. Una versión castúa de Florián Recio, con charanga y todo, ¡¡¡deliciosa!!! Un verano calentito, leído y muy pero que muy romano.
El otoño promete ser un poquito más íbero pero dejadme sitio en el castro que ahí voy.